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Queridos lectores, como ustedes ya saben, soy un entusiasta cafetero, de la bebida, pero sobre todo de su historia. La historia del café es muy interesante y la verdad, vale la pena echarle una revisada a todos los acontecimientos sucedidos alrededor de este elixir divino. Podría hablarles de los movimientos artísticos que han visto sus orígenes en cafeterías, como el dadaismo en el café Voltaire, o de movimientos como el de la Ilustración, que también se gestó en cafeterías parisinas, pero mejor voy a relatarles el principio, el origen, el comienzo de la aventura de una fruta que cruzó continentes, libró guerras, conquistó reyes y paladares dizque divinos… Hace muchos siglos, 16 exactamente, un pastor etíope andaba bien a gusto, concha de la vida sin preocuparse por pagar el ISR ni los recibos de la luz ni nada, paseando sus cabritas en las lindas llanuras de su hermosa localidad. El pastor las sacaba en la tarde para que comieran y crecieran grandes y fuertes y fueran cabras de bien, pero un maravilloso y, por lo menos divino día, el pastor vio que por la noche las cabras hacían de todo menos dormir; vio que brincaban para un lado y para al otro, que cantaban mucho y baleaban sin parar y que para su fortuna, se ponían a hacer cabritas con mucho ahínco. El pastor pensó que sus cabras habían salido defectuosas, pensó que ya no las hacían como antes, pero no conforme y víctima de la curiosidad científica, siguió a las cabras para ver qué es lo que comían y si eso era la razón del éxtasis nocturno que sufrían. Cuando las siguió, se dio cuenta que comían una fruta roja, chiquita y muy bonita, redonda , coqueta y pispireta. El aventurado pastor, seguramente con Jehová hablándole al oído, decidió probar la fruta para ver qué le pasaba, si también se ponía loco; como electricista tocando los cables para ver si hay corriente. La fruta tocó su paladar y el etíope vio toda su vida pasar en su cabeza, las llanuras se hicieron gigantes ángeles, el cielo transformó sus blancas nubes en una lluvia de esperanza y una ráfaga del viento de la felicidad movió el pelo de las cabras y del pastor. Un rayo de luz se asomó y dio directo al cuerpo semidesnudo del pastor… Él sabía que había probado un pedazo del edén, piel de Dios que cayó después de que se rascó porque le dio comezón la picadura de un mosquito… El pastor juntó frutas y la llevó para que los demás de su aldea la probaran y sintieran lo que él. A todos les encantó la fruta, pero fue a uno a quien se le ocurrió quemar las semillas y hacerse una especie de té. El olor que desprendió esta semilla al quemarse enamoró a todos, y de ahí en adelante todas las personas de por ahí iban por frutas para juntar las semillas, tostarlas y hacerse un cafecito… Esta maravilla que se llama café, se la debemos a las cabras locas y a la curiosidad de su pastor. Bendícelos Dios, cualquiera que seas.